Rustenburgo es mucho más parecido a África que las grandes ciudades de Sudáfrica. Esa es la primera impresión que queda al llegar a este lugar, ubicado a poco más de 200 kilómetros de Johannesburgo.
Por acá no se ven las grandes autopistas, ni los rascacielos cinco estrellas de la ciudad sudafricana más importante. Tampoco hay brillantes carros de lujo o cafés de primer nivel como se ven por Pretoria, la capital administrativa del país. Rustenburgo es otro mundo. O lo parece.
Apenas un par de calles asfaltadas y el resto de tierra colorada. Apenas un par de casas de ladrillos y el resto de chapas. Los pisos de las casas, en muchos casos, son de tierra. Ahí, justo atrás del salón María, donde se corta el pelo al aire libre y a la luz del sol, aparece el imponente Royal Bafokeng, el estadio mundialista que recibe su nombre de las tribus que habitaban la zona antes de la invasión colonial.
Es como si fuera de otro lugar, no coincide con el escenario natural. El gigante, refaccionado para el Mundial con millones de dólares, es un mudo testigo de otra realidad. De otro mundo.
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