Quienes llegan para el Mundial, suelen vivir en una burbuja; la burbuja del fútbol. Sobre todo los dirigentes y altos mandos de la FIFA, instalados en los fastuosos hoteles cinco estrellas de la zona de Mandela Squera, la más cara de Johannesburgo y, seguramente, de toda Sudáfrica. Los jugadores, encerrados en sus concentraciones, poco y nada se enteran de la cultura, las costumbres y la realidad del lugar donde se juega el Mundial. Y tampoco, los periodistas y público visitante, conocen demasiado: llegan pura y exclusivamente a ver, disfrutar y trabajar de la Copa. Muy poco detrás de ello.
Por eso, vale el recorrido de alejarse a unos 40 minutos del ambiente mundialista para descubrir la otra cara de la Nueva York Sudafricana, tal como es conocida Johannesburgo. La zona buscada se llama Soweto, barrio marginal y mítico a la vez, símbolo de la lucha antiapartheid y bastión de la defensa de los derechos negros en las épocas más sangrientas de este país.
En esta gigantesco lugar, donde viven más de dos millones de personas, existen obviamente, distintos niveles de vida. Hay zonas carenciadas y otras donde nace una modesta clase media. Allí, aseguran, no es posible caminar para desconocidos o turistas, casi imposible adentrarse en el lugar. El nivel de criminalidad es alto y la paranoia reina. Como siempre, nunca se sabe cuánto hay de realidad y cuánto de fantasía en las amenazas del resto de los habitantes de la ciudad. Aunque también se asegura que ha dejado de ser el barrio de miserias de hace años y se ha transformado en la idea de una nueva Sudáfrica: hasta se ve un centro comercial con las marcas más caras del mundo, algo impensado durante los negros más oscuros de Sudáfrica.
En este barrio se realizaron innumerables matanzas contra los negros en nombre de la segregación racial en los infames 60. En la recorrida, el lugar se vislumbra apacible a los ojos y sin rastros de resentimiento. Y, como en cada lugar de este país, simpática la gente. Sobre todo los niños, que regalan su mejor sonrisa y aceptan detener el masconcito por una foto que nunca verán en sus vidas.
A propósito, no hay calle en Soweto donde no ruede una pelota de fútbol ¿Frío? Si ,bastante pero no importa, sobre todo al mediodía, cuando el sol parece disimular las bajas temperaturas del invierno sudafricano. La traumática eliminación de los Bafana Bafana en primera ronda no detiene el entusiasmo por patear un balón, aunque sea en medio de la calle y sin arcos.
Como un monumento emblemático, hoy como museo, se erige la casa de Nelson Mandela. El que la imaginó amplia o con vestigios de grandeza, se equivocó. Es nuestro caso. Es una modesta casa, lugar pequeñísimo, donde el gran líder pasó 30 años de su vida y volvió después de estar 27 años encerrado para convertirse en el preso político más famoso del mundo. Allí, en ese cuarto minúsculo, forjó sus gigantes ideas de liberador.
De repente, el Soccer City se ve como un gigante inalcanzable. Allá a lo lejos, la silueta inconfundible de la gran olla se dibuja en el horizonte. Es casi un orgullo de Soweto. Aunque estos niños descalzos jamás pateen una Jabulani o lleguen a jugar en ese escenario de postal. Y nada cambiará para ellos cuando la efervescencia por el Mundial desaparezca en apenas 13 días.
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