Durban, un verano en invierno

No hace falta comprobarlo con ningún cartel que diga que no hay más localidades. El Moses Mabhida lo cuenta con la primera impresión que ofrece. Está repleto. La circunstancia lo justifica: se trata del evento deportivo más importante de la historia de esta ciudad que se asoma al océano desde esas playas que son motivo de orgullo.


Era fácil adivinarlo. Cada calle, cada metro de La Milla de Oro –el mejor escenario de la ciudad- lo anticipaba: españoles vestidos de rojo hasta el alma; alemanas con las caras pintadas de su bandera tricolor; vuvuzelas de tantos colores como si se mezclaran varios arcoíris; bares llenos de gente entusiasmada. En Mustard’s, el restorán con mayoría de españoles, buscaba lugar Manolo –el emblemático hincha de La Furia- con su bombo enorme y su redoblante. Al lado, en el lobby del hotel Garden Court, sucedía otro detalle que sirve de retrato de la expectativa: ya no había habitaciones disponibles.

Se modificaron los hábitos mansos de la Durban de invierno. Ahora, las playas parecen detenidas en enero o en febrero. Hay gente que camina en la arena del Fan Fest, el más visitado en esta Copa del Mundo. Allí, el día que Holanda venció a Japón hubo un evento que duró hasta la madrugada; cuando Ghana accedió a las cuartos de final en Rustemburgo el lugar se transformó en una fiesta multicolor de banderas africanas (de Sierra Leona, de Sudáfrica, de Namibia, de Tanzania, de Burkina Faso). Ayer, incluso en los ratos previos, las impresiones se repetían. Y los españoles lo coparon hasta la madrugada. La magia del Mundial tiene ese tipo de particularidades: mostrar un verano cuando sucede un invierno.
8 jul 2010

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