Final naranja, dolor celeste

Esta vez sí, Holanda. El partido decisivo, el que todos quieren jugar, ya tiene un color: naranja. El equipo que prometía grandes Mundiales y sumaba fuertes decepciones desde hacía 32 años, vuelve a una final del mundo. Como en el 74, como en el 78. La Mecánica de ganar, sigue imparable en Sudáfrica 2010. Y dejando en el camino a rivales a fuerza de triunfos, sin siquiera jugar un tiempo extra. El domingo puede ganar el primer título de su historia contra Alemania o España. Al final, la supuesta “Copa de Sudamérica” tendrá campeón europeo, por primera vez fuera de su continente.


Para Uruguay sólo resta una cosa: aplaudir de pie a estos guerreros disfrazados de jugadores. Así de simple, así de contundente. La Celeste fue garra charrúa, como siempre, pero también fue juego colectivo, orden y fútbol criterioso. Y, vale mencionarlo, tuvo mala fortuna. El fútbol suele deparar estas paradojas: cuando mejor estaba jugando y controlando a Holanda, llegó el gol casi fortuito de Sneijder. Y adiós a los sueños a pesar de la maravillosa reacción de los minutos finales.

Al contrario de lo esperado, fue Uruguay el que manejó la pelota en el comienzo. Claro, no era lo más lógico porque su mediocampo estaba lleno de números “5” y, en principio, se temía una distancia grande con los de arriba, Cavani y Forlán. Nada de eso sucedió. La idea de poner todos volantes de marca para pelearle el sector a los holandeses le salió bien al Maesto Tabárez. Del otro lado, sorprendidos, Robben, Kuyt, Sneijder y compañía.

Entre la Holanda que insinuaba y no concretaba, la pelea en el centro del campo y los desaciertos del línea uzbeko Kocharov (cobró mal tres posiciones adelantadas a Uruguay en menos de 10 minutos; si no es récord pega en el palo), se fueron los primeros momentos sin mayores sobresaltos.

Un párrafo aparte merece Van Persie, el 9 holandés que no sólo no hizo goles en este Mundial, sino que también estorbó a sus compañeros. Como en ese remate de Sneijder que iba directo al arco y él se interpuso en la trayectoria…

Todo fue mediocre, hasta que Gio Van Bronckhorst hizo honor a su gran remate de larga distancia. Si es cierto que este Mundial marcará su despedida, entonces ese fue su gol soñado. El capitán naranja le pegó cruzado desde 30 metros y coló la Jabulani en el palo derecho de Muslera, que a pesar de haber hecho todo bien, no pudo evitar el tanto. Las pantallas del estadio se hicieron un festín con el remate y el festejo del príncipe William y Máxima en las tribunas.

Acusó el golpe Uruguay y también el nerviosismo. Martín Cáceres ensayó una potente chilena justo al pómulo de De Zeeuw. El estadio se estremeció. En realidad, pareció más grave de lo que fue y el volante holandés siguió jugando.



Forlanazo e ilusión



De a poco arrimaron los sudamericanos y empezaron a complicar a Stekelenburg, el portero que desde el minuto 30 empezó a ver todo celeste. Primero fue una escapada de Cavani por la derecha, después con un tiro de Álvaro Pereira y luego un cabezazo de Forlán.

Tenía que llegar y llegó... El gol fue un Forlanazo desde 25 metros. El delantero del Atlético Madrid marcó su cuarto gol en el torneo con un enganche de derecha y un fenomenal diparo de zurda que se le coló al estático Stekelenburg. A festejarlo con todos, y en especial con Lodeiro, que saltó en muletas desde el banco.

Con el ingreso de Van der Saar en el segundo tiempo, el técnico holandés Van Marwijck buscó imprimirle una cuota más de fútbol a su mediocampo. Aunque al principio no le resultó porque Uruguay se adueñó de la mitad de la cancha y sorprendió a más de un hincha. Y Gio, además de hacerlos, también los salvó. Con un cabezazo desvió el remate que iba directo al gol, con Stekelenburg ya vencido. Forlán estuvo a punto de convertir otro gol de larga distancia, esta vez de tiro libre, pero el portero le adivinó la intención.

Dominaba Uruguay pero convirtió Holanda. El fútbol suele ser, a veces, así de cruel. Los naranjas se vieron favorecidos por la suerte y el línea Kocharov: Sneijder le pegó justo, la pelota pasó a un centímetro de Van Persie, adelantado, y confundió a Muslera. Fue gol, debió haber sido anulado.

Holanda lo aprovechó. Sabe cuando pegar. En medio de la confusión celeste, enseguida llegó el tercero con una impecable jugada colectiva, centro de Kuyt y brillante definición de cabeza de Robben. Volvió a dejar una certeza: en este equipo hacen todos goles… menos su número 9.

A partir de allí, los naranjas mostraron su mejor cara: la del toque la de la rotación, la de la pelota a ras de piso. Pero el juego no estaba cerrado. Enfrente estaba Uruguay. Y se le fue encima para cerrar la semifinal con mayor decoro.

Así, llegó el gol de Maxi Pereira y los 3 millones de uruguayos fueron por la hazaña. Regalaron tres, cuatro minutos de emoción pura, adrenalina al máximo. Y arrinconaron al rival en su área. El milagro no llegó, no alcanzó tanto sacrificio. Holanda es finalista por méritos propios y capacidad indiscutible. Pero quedó dicho: esta celeste, orgullo latinoamericano, es para aplaudir. Y de pie. Como lo hace todo el estadio.
7 jul 2010

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